Viernes, 24 de Octubre 2025, 10:26h
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Cuando yo nací, en 1953 –explicaba en uno de sus libros el premio Nobel de Economía Paul Krugman–, Estados Unidos era eminentemente un país de clase media, ahora es cada vez más un país de ricos y pobres.
El también influyente economista Thomas Piketty ha declarado que, debido a la creciente concentración de poder en manos de una pequeña élite, la situación actual se parece a la que había en Francia poco antes de la Revolución francesa. Un poco exagerado siempre el autor de El capital del siglo XXI, pero tanto él como Krugman apuntan a un fenómeno inquietante: el deterioro gradual de la clase media.
En realidad, se envidia aquello que parece posible, no lo que se considera del todo inalcanzable
Hay quien argumenta que las cifras indican lo contrario: que en 2025 la clase media mundial podría llegar casi a los 4000 millones. Pero esta cifra corresponde, sobre todo, a la incorporación a la economía de mercado de países como China, India o Vietnam, donde personas que hasta hace poco vivían en niveles de subsistencia disfrutan ahora de un mayor nivel de poder adquisitivo.
En los países occidentales, en cambio, ocurre lo contrario, con una cierta proletarización de la clase media debida a la globalización, la automatización y también a la antes mencionada concentración de riqueza en manos de una pequeña élite.
No soy economista ni nada que se le parezca, pero esta deriva es bastante evidente. Como evidente es también otro fenómeno que se está produciendo en paralelo. Uno que hace que, lejos de ser conscientes de tal deriva, todos nos hayamos convertido en admiradores del derroche ajeno.
Es cierto que existen movimientos contrarios a los ultrarricos, como Eat the rich, por ejemplo, que es todo menos complaciente con ellos y tiene muchos adeptos. Pero, aun así, a la mayoría de las personas le encanta seguir y dejarse fascinar por las andanzas de los multimillonarios.
¿Has visto el pedrusco del tamaño de una nuez que le ha regalado Cristiano a Georgina? Me encanta, parece de Las mil y una noches. Uy, pero nada comparable con el bodón de Jeff Bezos, convirtiendo Venecia en su propio parque temático para dar el 'sí quiero' a Lauren Sánchez. ¿Y las Kardashian? ¿No sabes la última? Fíjate que resulta que Kim ha invertido más de sesenta millonazos de dólares en la reforma de su nueva casa y se ha traído todo un ejército de trabajadores y decoradores de Europa. Qué tía, le voy a dar ahora mismo un like… Esta fervorosa admiración por la pasta ajena no deja de ser sorprendente y un fenómeno sociológicamente nuevo. Tal vez porque antes las clases sociales estaban más estratificadas y, por tanto, el contacto era menor, y un campesino o un obrero no se dejaban fascinar por el rico de turno.
Me atrevo a decir que ni siquiera lo envidiaban. Era tan sideral la separación de su realidad y la de ellos que sabían que esa vida de dispendio no estaba a su alcance. Porque, en realidad, si se fijan, se envidia aquello que parece posible, no lo que se considera del todo inalcanzable. Ahora, en cambio, la aparente movilidad social hace que cualquiera crea que pueda convertirse en una Georgina o una Kardashian. También en un Cristiano Ronaldo o en un Jeff Bezos, siempre que se tengan las aptitudes requeridas para el caso.
Ocurre también –y es otro fenómeno digno de estudio– que ni siquiera el lujo, antes a la altura de unos pocos privilegiados, es ya tan inalcanzable como antes. Las grandes marcas, con muy buen tino comercial, fabrican eso que llaman 'lujo asequible'. Artículos como gafas, pañuelos, perfumes, etcétera, que hacen posible que cualquiera pueda tener en casa algo de firma.
Así, mientras nos hacemos la ilusión de que jugamos en la liga de campeones porque tú tienes un pañuelo de Gucci y yo unos calcetines de Tom Ford, la brecha entre ricos y pobres se hace cada vez más grande. Y nosotros, sin darnos ni cuenta, porque a través de unas gafas Dolce & Gabbana todo se ve de color de rosa. Beautiful pink.
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