Viernes, 10 de Octubre 2025
Tiempo de lectura: 4 min
Cuando decidí convertirme en periodista –explica hablando de sus comienzos Martin Baron, exdirector de periódicos tan señeros como The Miami Herald, The Boston Globe o The Washington Post– no pensaba en la defensa de la democracia porque no creía que pudiera ser necesario. En aquella época (hablamos de finales de los setenta del siglo pasado) parecía que en los Estados Unidos teníamos pilares bien sólidos, el Congreso, las Cortes de justicia, universidades y prensa independiente y libre. Por supuesto, estaba familiarizado con las amenazas en otros países, pero no tenía temor sobre el futuro de la democracia en el mío».
Si los periodistas pierden su libertad, los ciudadanos la perderán después
Este es un fragmento de los más de cien testimonios que Fernando Belzunce recoge en su reciente libro Periodistas en tiempos de oscuridad, uno que parece más necesario que nunca en tiempos inciertos. Junto al mítico Martin Baron desfilan por sus páginas premios Pulitzer, reporteros de guerra, exiliados, cronistas, referentes internacionales y jóvenes promesas de muy diversos países y colores políticos. Unos testimonios que sirven para hacer una radiografía de cómo se encuentra una profesión que, si siempre ha sido relevante, ahora es esencial. He leído este libro tanto con interés como con inquietud. Interés porque el resultado es un muy útil mosaico de voces que se entrelazan y complementan para ofrecer un testimonio de primera mano, de lo visto en centros de poder, campos de batalla o periferias ignoradas. E inquietud porque pone de manifiesto los factores que más amenazan la libertad de expresión. Por un lado, Internet y las redes sociales, que dominan la forma actual de transmitir información. Un factor que ha modificado drásticamente el modo en que se genera y se recibe la información. Si Internet logra en la actualidad que cualquiera pueda crear información, sea esta veraz o un perfecto delirio, la segunda amenaza es más peligrosa porque pone en el punto de mira no solo el periodismo de calidad, sino a la democracia en sí. Como señala Sergio Ramírez en el prólogo del libro: «Tiempos de oscuridad crean monstruos de apetito insaciable que están devorando la libertad». Una realidad que estamos viendo todos los días y no solo en democracias defectuosas y/o en las satrapías, sino también en países en los que jamás pensamos que podría ocurrir. Y, como ejemplo paradigmático, ahí están los Estados Unidos de Donald Trump o lo que está ocurriendo en nuestro propio país. Porque, como señalan varios de los entrevistados de este libro, se está produciendo una implosión de la democracia utilizando para ello sus propios mecanismos. De este modo, en tiempos no tan pretéritos los golpes de Estado se llevaban a cabo con la irrupción de los enemigos de la democracia en el Congreso o las Cortes; ahora estos mismos enemigos llegan al gobierno de sus países tras ganar unas elecciones y luego se perpetúan en el poder, bien volviendo a convocar elecciones o bien recurriendo a simulacros electorales como los que nos tienen acostumbrados Putin o Maduro. Y la subsiguiente medida de estos nuevos autócratas es controlar los medios, también fomentar, a través de las redes sociales y de voceros afines, la desinformación. Por eso me ha interesado tanto el libro de Belzunce, porque, de la mano de aquellos que están viviendo en primera persona esta deriva, permite comprobar cómo funciona esa silenciosa carcoma antiliberal contra los medios que de vez en cuando tiene momentos de mayor visibilidad, como las cada vez más frecuentes presiones y amenazas de Trump a los medios. Pero más sinuoso y más inquietante aún es el avance silente e inexorable utilizando diversos medios al alcance de un gobernante para acallar voces incómodas, así como intoxicar y tapar con un escándalo el escándalo de mañana, o fomentar la desinformación con las redes por cómplices. Porque como también dice Martin Baron en su testimonio: «Los periodistas no son el blanco. El blanco es la libertad». No quieren que exista ningún árbitro independiente: ni la justicia ni los científicos ni, por supuesto, los medios de información rigurosos; quieren que el árbitro de todo sean ellos, los gobernantes. Baron, a pesar de todo, acaba su descripción con una nota de optimismo. Tras afirmar que, si los periodistas pierden su libertad, los ciudadanos la perderán después, señala que ser conscientes de lo que ocurre y denunciarlo es el primer paso para atajar tales derivas. Son palabras que recuerdan a las de George Orwell cuando señalaba que la libertad significa el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere ver u oír. Verdades incómodas pero necesarias para que no lleguemos a hacer cierto el lema que regía en su famosa y distópica obra 1984: «La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia, nuestra fuerza».
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