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El bloc del cartero

Camino

Lorenzo Silva

Viernes, 22 de Agosto 2025, 08:54h

Tiempo de lectura: 8 min

Cada vez hay más gente que se pierde. No debe sorprendernos: aquí y allá trajinan en nuestro perjuicio –que es la fuente de su lucro, desmedido y pertinaz– entes personales e impersonales que en lugar de orientarnos se aplican a llevarnos de la mano al corazón de laberintos de los que les interesa que nunca seamos capaces de salir. Como los jóvenes atenienses ofrendados al Minotauro de Creta, quedamos atrapados en los pasadizos hasta que la bestia aparece ante nuestros ojos y, sin más, nos venimos abajo. Para sacarnos de ese estado indeseable, se nos ofrece una gama de remedios, algunos bienintencionados y hasta cierto punto útiles. Sin embargo, la cura más eficaz siempre está a mano. Volvernos a donde alienta lo que somos, y no lo que nos consume. Puede ser tan sencillo como emprender un camino.


LAS CARTAS DE LOS LECTORES

El circo del hambre

Fayez Abu Ataya, bebé de siete meses. Falleció por hambre en Gaza. Perdió peso, músculo y grasa. Se deshidrató, sufrió fatiga extrema, anemia. No podía moverse ni reírse ni balbucear. Fallaban su corazón, su respiración, su tensión. Agonizaba. Sus imágenes perturbaron la conciencia mundial. 673 millones de personas padecen inseguridad alimentaria según la ONU. La Cruz Roja las cifra en España en seis millones. Sabemos sus causas (guerras, genocidios, crisis económicas, discriminación). Faltan compromisos estatales e internacionales. Es nuestra responsabilidad. Homenajeemos a los gladiadores que batallan contra el hambre: luchadores anónimos y autoridades con principios, comedores sociales, Federación Española de Bancos de Alimentos, Manos Unidas, Comida para Todos… (incluidos sus colaboradores y donantes). Cooperemos con ellos. Seamos responsables.

Alonso Zúñiga. Pamplona


El agradecimiento 

Hace un año un ruido muy fuerte nos sacó de la cocina de mi casa a la calle, donde vimos a un motorista caído. Con ayuda de sus compañeros, lo llevamos a la sombra, le ofrecimos agua y le vendamos una herida. Llamamos a los servicios de emergencia y se lo llevaron al hospital. Guardamos su moto hasta que la recogió una grúa. Al día siguiente llamamos a uno de sus motoristas amigos para preguntar por su estado. Varias roturas, pero fuera de peligro. Gran alegría. Ayer sonó el timbre en casa: el motorista, agradecido, nos traía un regalo. Especialmente escogido. El agradecimiento nunca es deuda que espera recibir quien ayuda. Pero, decía mi padre, «ser agradecido es de bien nacido» y así lo ha demostrado este hombre, al que deseamos largos recorridos a lomos de su moto.

Margarita Ludeña Alonso. Valdevimbre (León)


Protección cultural 

La organización política que ha promovido los vetos de Jumilla lo razona en la complicación que ello tendría en el futuro para la permanencia de nuestras costumbres y valores. Sorprende mucho, en este preciso caso, que el significado alavés del ente promotor acudiera a la toma de posesión de cierto presidente con nombre de pato. No quieren que caigamos en la islamización y… respecto a la yanquización, ¿qué? Se nos ha colonizado culturalmente, ocupando estadios con ¿canciones? anglos o asimiladas y emisoras radiofónicas o televisivas. Nuestras tradicionales comidas son sustituidas con comistrajos y brebajes procedentes del mal. La desatención a nuestros mayores ¿de dónde se ha importado? Eventos nacionales se titulan con una o más palabras ajenas a la Península. Contra todo esto ¿no se opone nadie? ¿Qué hemos de agradecer e imitar de quienes fueron capaces de multiasesinar a miles de personas en Hiroshima y, sin arrepentirse, tres días después, lo repitieron en Nagasaki?  

Adolfo Perujo Sanz. Valencia


Les cierran las puertas

Mi tío 95, años, carrito en mano va todos los días a su centro cívico de la Alhóndiga de Getafe, que es el que le pilla más cercano. El de la Comunidad de Ricardo de la Vega, para él, es como subir el Everest, dado su estado de salud, y encima con estos calores. Así que, buen verano para todos, menos para las personas mayores que van a los centros cívicos, que a una semana de que termine el mes de julio y todo el mes de agosto, les cierran las puertas y no pueden hacer sus tertulias con sus compañeros ni echar su ansiada partidita de cartas, que es lo que pueden hacer a sus edades y estado de salud, y se les castiga como a los niños pequeños sin su pan ni su chocolate. Les pregunto, Sra. Alcaldesa y a todos los servicios sociales y voluntariado, si no pueden hacer lo posible para seguir habilitando a estas personas sus espacios comunes durante todo el año, igual que lo hacen los centros de la Comunidad.

Josefa Illán Bellón. Getafe (Madrid)


Peregrinando desde mi ventana

Desde hace cinco veranos tengo una cita ineludible: el Camino de Santiago. Este verano, sin embargo, me conformo con verlo desde mi ventana, mientras intento abrirme camino en mi profesión, tengo 25 años, acabo de terminar mis estudios y la cosa no pinta muy bien en estos tiempos. Esta mañana he salido a correr por Pamplona, esta ciudad que ya siento mía y que me ha enseñado a cuidar y a querer. He corrido apenas unos pocos kilómetros del Camino que la atraviesa, los suficientes como para recordarme algo que de año en año olvido: que la vida, o se vive como un peregrino… o no se vive del todo. Puede sonar quizás muy rotundo. Pero cada vez percibo con más claridad cómo muchos a mi alrededor caminan por la vida con la mirada baja, los auriculares puestos y la mente atrapada en la rutina, cargando miedos, sueños y culpas. En cambio, los peregrinos viven atentos, ilusionados, fuertes, confiados, y solo llevan lo necesario, lo que saben que son capaces de cargar. A un peregrino le basta una flecha amarilla, una concha, o una cara conocida para saber que va en la dirección correcta, que su vida está encaminada. Veo la pantalla del ordenador, con miles de ventanas abiertas, posibilidades por ocurrir, elecciones por tomar, tareas por hacer. Pero también veo un camino que recorrer, una meta que me espera. Bendita ventana que me hace levantar la mirada, y ver más allá de mi ordenador. Quizás sea mi imaginación, tantas horas sentada y con este calor, o quizás sean mis ganas de volver a peregrinar, el caso es que esta mañana me pareció escuchar un susurro cuando pasé corriendo por delante de aquella flecha amarilla: «Ultreia», me decía, por supuesto, y yo le respondí sonriendo: «Et suseia».

Isabel S.L. Pamplona


El camino a Wigan Pier       

No quisiera que ni por un momento pareciera que me inclino a defender o atacar a cualquiera de las opciones políticas que hay actualmente. La verdad es que, a la vez que resulta desesperanzador por la incertidumbre que crea, resulta muy fácil sentirte independiente de las representaciones que tenemos, sobre todo de «alto nivel» (expresión que solía repetir Zapatero y que con el tiempo se ha convertido en sinónimo de 'nivel bajo'). No obstante quisiera recomendar a los miembros de nuestro gobierno, miembros de coalición, y distintos apoyos a veces de manera oportunista, la lectura en sus vacaciones de El camino a Wigan Pier, de George Orwell. En su segunda parte donde, después de haber convivido con mineros, trata el socialismo, y explica como si fuera de 'rabiosa actualidad' la gran distancia que hay entre los políticos que se llaman socialistas y aquellos quienes a dirigen su discurso y con quien no parece que tengan mucho que ver, ya que están instalados en su clase a la que no piensan renunciar.  Un discurso ortodoxo y teórico que, como dice el autor, «nosotros», los inteligentes, vamos a imponer sobre «ellos, la clase trabajadora». Ni siquiera en sus largas peroratas parecen hablar el mismo idioma que la clase trabajadora. Con el panorama que tenemos parece que han olvidado que el socialismo debería estar basado en justicia y la decencia social, y hoy sobran nombres para ejemplificar lo contrario. También llama la atención el autor sobre el hecho de que es esa forma de presentar el discurso y la forma de propaganda lo en realidad hace crecer partidarios de posiciones muy contrarias. Que lean y reflexionen. Orwell lo escribió hace más de ochenta años, pero algunas cosas suenan como un eco…

Tomás López Agustín. Alcañiz. Teruel


La próxima riada

Desde que en el Neolítico se inventó la agricultura, el sentido común de miles de generaciones ha llevado a las sociedades humanas a vivir cerca de los ríos y a defenderse, como mejor han podido, de las agresiones de la naturaleza. Es cierto que hasta hace poco no nos hemos dado cuenta de que también es de sentido común preservar la casi mágica naturaleza que nos acoge. Dicho en el lenguaje de moda: nuestra sociedad ha de ser 'sostenible'. Amparados por este contexto, se presentan ahora ciertos científicos y expertos diciendo cosas como estas: que las obras de hormigón son soluciones del siglo pasado; que los habitantes de una cuenca han de ajustarse al agua que les llueva (descartando trasvases); que los ríos deben fluir sin estorbos; que las zonas inundables son eso: zonas inundables; y, por poner otro ejemplo, que no deben limpiarse los cauces. Me he esforzado en entender alguno de sus argumentos y me ha parecido ver que en ellos hay mezcla de ciencia e ideología. Es así que, en mi opinión, sería importante abrir un debate público en el que todos participemos y tratemos de conformar un sentido común con hechos y sin dogmas. De no hacerlo, en un mañana próximo, ante pueblos en ruinas y miles de personas con la vida destrozada, solo podremos dar las gracias a las instituciones por su buen manejo del servicio de avisos, pero no será posible reprocharles el que nada hayan hecho para evitar la catástrofe.

Francisco López. L’Hospitalet. Barcelona


LA CARTA DE LA SEMANA

Un camino

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+ ¿Por qué la he elegido?

Porque a veces las respuestas, la luz, el remedio, están justo donde no los buscamos.

Estoy cansado. Las pastillas me duermen nada más desayunar. Psicoterapia. La cabeza no para, te dice que tenías que haber actuado de otro modo, que te has equivocado. Lo llaman 'la noche oscura del alma'. Un conjunto de acontecimientos difíciles de digerir hacen que no puedas más hasta llegar aquí, hasta coger la baja en el trabajo, hasta pensar en morir. Sientes que hay algo en ti, un sentimiento, que te hace trepar de este agujero cada vez más hondo y que debes renacer, volver a vivir. Pero no puedes solo. Entonces, buscas una agencia y contratas un viaje. No es un destino ni un punto en el mapa. Es un camino. De un día para otro estás durmiendo con desconocidos, caminando en la mañana, hablando, riendo, bebiendo, viviendo. Estoy cansado, pero es diferente, ahora soy feliz. He recordado el amor puro al volver a vivirlo, el de una mujer, el de un hijo, el de una mascota. Merece la pena. Nuevos amigos en mi corazón, es mi recuerdo. Gracias, Camino de Santiago.

Diego Hernández Bay. Alaejos (Valladolid)