Peter Thiel, el millonario detrás de Trump
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Peter Thiel, el millonario detrás de Trump
Viernes, 24 de Octubre 2025
Tiempo de lectura: 15 min
Dependiendo de tus creencias políticas o religiosas, esta afirmación puede parecerte fascinante, absurda o inquietante, pero difícilmente te dejará indiferente: según Peter Thiel, Greta Thunberg podría ser el anticristo. Y Thiel no es un 'iluminado' cualquiera, sino uno de los tecnócratas más poderosos del planeta, un inversor clave en Silicon Valley y figura esencial en el ascenso político de Donald Trump y, especialmente, de su vicepresidente, J. D. Vance. Thiel es el creador de PayPal (junto con Elon Musk), uno de los principales accionistas de Facebook –y de todo el imperio de Mark Zuckerberg– y el promotor de Palantir, una de las mayores empresas de espionaje y armamento del mundo. Y cuando este magnate dice que Thunberg, la activista de 22 años, «podría parecerse mucho» al anticristo no lo dice en broma. Habla muy serio, como lo demostró en el pódcast de Ross Douthat, columnista conservador de The New York Times, con quien accedió a debatir sobre el asunto.
Entender la lógica de Thiel es tan exasperante como intentar desentrañar la de Donald Trump. Con la diferencia de que Trump presume de no tener ninguna lógica detrás de sus decisiones, mientras que Thiel lleva toda una vida cultivándola al servicio de una idea: nos enfrentamos al anticristo.
Thiel, que estudió Filosofía y Derecho en Stanford, antes predicaba su doctrina en encuentros privados, pero desde que Trump volvió a la Casa Blanca lo hace en mítines multitudinarios, como sus recientes cuatro exitosos eventos en San Francisco bajo el título El anticristo.
Liderados por Charlie Kirk y Marjorie Taylor Greene.
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Medios como The New York Times, The Washington Post o Wired intentan descifrar su sistema de creencias: una mezcla desconcertante de tecnolibertarismo, misticismo cristiano y paranoia apocalíptica que roza los otros grupos neocristianos que respaldan el trumpismo (véase el recuadro), pero no encaja del todo con ellos.
Thiel lidera el grupo ultraconservador tecnocristiano, que tiene su propia lectura de la Biblia. En su visión, el anticristo no es una figura diabólica con cuernos, sino quienes promueven un gobierno mundial –lo más parecido es la ONU, a la que considera una institución abominable– que sacrifique la productividad en nombre de 'creencias' tóxicas como la defensa del medioambiente o la necesidad de poner límites a la tecnología. Por eso, sus ejemplos del anticristo son Greta Thunberg o el filósofo Nick Bostrom.
El anticristo, según Thiel, intenta hacerse con el control del mundo hablando todo el tiempo del armagedón. Al sembrar el miedo al apocalipsis –advierte–, convence a la humanidad de que se necesita un mando único. Ese camino, afirma el magnate, nos conduciría al verdadero riesgo existencial: un estado totalitario global. Todo esto lo sustenta con aires académicos, amparándose en ciertas tradiciones cristianas que describen cómo el anticristo unificará a la humanidad antes de abocarla al apocalipsis.
En el otro extremo, el bien, según su teoría, lo representa un mundo de supernaciones independientes, dirigidas por varios gobernantes –no muchos– que se reparten el planeta; cada nación persiguiendo sus propios intereses nacionales y defendiendo sus propias tradiciones (raza, idioma, cultura). Eso hará enormemente productivos a estos superpaíses y logrará una gran evolución de los humanos que en última instancia, sugiere Thiel, nos llevaría a la inmortalidad.
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En el plano político, Thiel respalda abiertamente el Nacional Conservadurismo, fundado en 2019 por el politólogo israelí Yoram Hazony, y cuyo rostro más visible es J. D. Vance, actual vicepresidente de Estados Unidos, a quien Thiel financia desde antes de su llegada al Senado. Este movimiento impulsa un «nuevo orden multipolar», que algunos analistas ven como el verdadero objetivo tras la deriva antidemocrática del trumpismo: un mundo dividido entre seis o siete autócratas –Trump, Xi Jinping, Putin, Bin Salmán…– que gobiernan sus bloques sin oposición y 'para siempre'. Porque la vida –su vida– se alargará sin fin... Hace poco, todo esto podía sonar delirante; hoy, no tanto. Hace unas semanas, un micrófono abierto captó a Putin y Xi charlando sobre cómo alcanzar los 150 años, y en los últimos meses no paran de celebrarse eventos en los que multimillonarios de Silicon Valley se reúnen para hablar del anticristo y de cómo detenerlo.
Porque, en sus conferencias, Thiel no solo menciona al anticristo, sino que ofrece 'soluciones'. Habla de katechon: la figura que, según la Segunda Carta de Pablo a los Tesalonicenses, se enfrenta al anticristo y evita el fin del mundo. Lo que aún no deja claro el magnate es a quién ve en ese papel de 'salvador': si a Trump… o a sí mismo.
Para comprender el discurso de Thiel, la revista Wired ha indagado sobre la primera conferencia de su gira apocalíptica, que tuvo lugar en París en 2023; un encuentro académico dedicado al filósofo franco-estadounidense René Girard, fallecido en 2015, gran influencia intelectual de Thiel y su profesor en Stanford.
La idea central de Girard, sobre la que se construye buena parte de la 'doctrina Thiel', es que los humanos somos imitadores por naturaleza. «Una vez cubiertas sus necesidades básicas –escribió Girard–, los humanos desean con intensidad, pero sin saber exactamente qué desean». Por eso tienden a imitar los deseos de quienes los rodean –especialmente de los más exitosos–, condenándose así a una vida de rivalidad perpetua con aquellos a quienes odian y admiran al mismo tiempo. El resultado es que todos acaban deseando lo mismo y compitiendo por los mismos bienes. La única razón por la que esta rivalidad no deriva en una guerra de todos contra todos es porque en algún momento el enfrentamiento se canaliza hacia un enemigo común. Es lo que Girard llamó el «mecanismo del chivo expiatorio»: la masa se alinea contra un objetivo, un grupo o un individuo, que es considerado culpable de todos los males.
Liderados por Nick Fuentes.
→ Defienden que la tecnología y el capitalismo deben acelerarse al máximo hasta provocar una fusión entre lo digital y lo humano. Y no descartan el uso de la violencia para lograrlo. El supremacista y misógino Nick Fuentes se considera a sí mismo un «incel orgulloso», y sus seguidores son los groypers, ciberactivistas violentos.
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Para Girard, la llegada del cristianismo marcó un punto de inflexión en la conciencia humana al revelar que los chivos expiatorios, como Jesús, son en realidad inocentes. Las masas por fin comprendieron la injusticia. Pero el resultado no es del todo esperanzador: sin un chivo expiatorio, se desata la violencia de todos contra todos, un apocalipsis. Aun sin ofrecer una solución, Girard defendía el cristianismo porque ofrece «redención moral»: concluye que hay que romper el ciclo imitando a Jesús.
La teoría de Girard influyó en teólogos, filósofos y estrategas políticos. Entre ellos, marcó a Wolfgang Palaver, teólogo pacifista austriaco, que también asistió a aquella conferencia de Thiel en 2023. Sin proponérselo, Palaver había dado a Thiel el andamiaje intelectual para construir su visión del anticristo. En los años noventa, Palaver escribió varios artículos críticos sobre Carl Schmitt, el jurista nazi que justificó la dictadura de Hitler con una idea afín a la de Girard: que toda comunidad necesita un enemigo claro para prosperar.
Thiel reinterpretó esas advertencias a su manera: no como una crítica, sino como una hoja de ruta para su doctrina tecnoautoritaria. Y no se quedó en la teoría. De hecho, la lógica del chivo expiatorio ha saltado al poder político. Tras convertirse al catolicismo en 2019, J. D. Vance se declaró discípulo de Girard y se ganó así la total atención de Thiel. Vance sabía exactamente lo que hacía cuando en septiembre del año pasado tuitó que los inmigrantes en Springfield, Ohio, se comían a sus mascotas y tenían la culpa de casi todos los males de Estados Unidos. La fábula girardiana convertida en estrategia de campaña.
Pero Thiel lleva décadas buscando a su enemigo perfecto, su chivo expiatorio. En 2004 organizó un seminario en Stanford bajo el título Política y Apocalipsis, al que invitó a Girard y a Palaver. Habían pasado tres años desde el 11-S y Thiel especuló que Schmitt habría respondido al atentado llamando a una cruzada sagrada contra el islam.
En la práctica, Thiel no llegó tan lejos. Pero tampoco se quedó quieto. Puso en marcha una red de vigilancia global, algo paradójico para alguien tan receloso del orden mundial unificado. Fundó Palantir Technologies, una de las infraestructuras de inteligencia y control más sofisticadas del mundo. Su primer gran cliente fue la CIA. Luego vinieron las Fuerzas de Defensa de Israel, que han utilizado su software para atacar Gaza. Y ahora, según Wired, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas estadounidense paga a Palantir para desarrollar un sistema de rastreo en tiempo real de inmigrantes, el nuevo 'enemigo necesario'.
Localizado el 'chivo expiatorio', la siguiente cuestión es quién es el katechon, el que detendrá al anticristo. En una entrevista reciente (con el podcaster Tyler Cowen) le preguntaron a Thiel si Trump podría ser el katechon y se negó a responder. «Si te identificas demasiado con una sola cosa, puede salir muy mal –dijo Thiel–. Siempre existe el riesgo de que el katechon se convierta en el anticristo».
Es una lección aprendida de Schmitt y Hitler. En la conferencia de París de 2023, Thiel ya explicó que Schmitt pensó que Hitler era un katechon capaz de prevenir la «unificación satánica del mundo» bajo un estado global: la URSS. Pero las atrocidades perpetradas por el Partido Nazi impulsaron la formación de la primera institución global en la historia: las Naciones Unidas.
Mientras llega 'el salvador', Thiel libra su propia guerra. Está convencido de que el anticristo ya actúa, y lo hace a través de su mayor obsesión: el estancamiento. Hace más de una década, en su artículo El fin del futuro, ya alertaba del bloqueo en el avance de la civilización. En 2023, en la conferencia en París, insistía: vivimos una época «apática», marcada por una «hostilidad creciente hacia la innovación, tasas de fertilidad en caída libre, exceso de yoga y una cultura atrapada en el 'día de la marmota'». Según él, no avanzamos lo suficiente en ciencia ni en tecnología. Incluso la inteligencia artificial, dice en una entrevista con The New York Times, «es una revolución bastante grande, pero no suficiente». Cree que está sobrevalorada, y que aumentar la inteligencia –aunque sea artificial– no resolverá nada si no se abordan los verdaderos bloqueos, que para él son «una cosa cultural» que necesita «gente inteligente y heterodoxa que haga experimentos locos». Y cuando el periodista Ross Douthat insiste en que concrete cuál es exactamente el objetivo que requiere esos experimentos radicales, lo deja entrever: la inmortalidad.
Admite que quizá «no haya cura para la mortalidad», pero esa, dice, «es la versión pesimista», no la suya. Lo que falla es la regulación. «En los últimos cuarenta o cincuenta años no hemos hecho ningún avance contra la demencia o el alzhéimer; estamos estancados en los beta-amiloides, que no están funcionando. Tenemos que asumir muchos más riesgos en ese sector».
De hecho, Thiel asegura que apoyó a Trump ya en 2016 porque la sociedad necesita disrupción y riesgo, y Trump supone eso. Lo que Trump logró en su primer mandato, asegura, es que la gente fuera consciente de que estamos «estancados», y esa idea caló también en Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk, a los que cita expresamente, y les hizo cambiar de opinión. ¿El populismo de Trump va a traer el dinamismo tecnológico?, le pregunta Douthat. «Es, de momento y de lejos, la mejor opción que tenemos», responde. El entrevistador insiste sobre la singular alianza que se ha trazado entre los populistas de MAGA y Silicon Valley, teniendo en cuenta que los populistas desprecian la ciencia. Pero Thiel cree que, en cualquier caso, lo ayudarán en sus propósitos porque Trump siempre apoyará la desregularización, y con menos normas se avanzará más.
El entrevistador le comenta que hay gente que cree en otro tipo de inmortalidad: la fusión con las máquinas, el transhumanismo. Y que ven precisamente la IA como una herramienta para trascender nuestros cuerpos mortales, con el riesgo evidente de que el ser humano quede sumido en la insignificancia y la extinción. Le pregunta a Thiel: «Tú preferirías que la raza humana perdurase, ¿no?». Thiel duda, duda mucho, segundos de silencio. El periodista insiste: «¿Debería la raza humana sobrevivir?». «Sí, pero...», responde Thiel. «Pero también me gustaría ver estos problemas (el deterioro cognitivo y la mortalidad) radicalmente resueltos. Transhumanismo es esta radical transformación en la que el cuerpo mortal humano se transforma en un cuerpo inmortal», dice. Y eso le atrae. Le atrae mucho.
Cuando el entrevistador le recuerda al magnate la dificultad para encajar todo esto con el cristianismo, Thiel resalta que en todo el Antiguo Testamento no aparece la palabra 'natural' ni una sola vez; y que de lo que se habla es de «trascender», que es así como él entiende la tradición judeocristiana. Eso sí, Thiel aclara que él prefiere trascender con su propio cuerpo, que no tiene especial interés en fusionarse con una máquina, pero trascender la muerte es claramente el objetivo. Y, cumplidos los 58 años, Thiel parece creer que no vamos lo suficientemente rápido en esa carrera contra el tiempo y la muerte...'su' muerte.