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                        TFA, una amenaza global
Viernes, 31 de Octubre 2025, 11:21h
Tiempo de lectura: 10 min
Una molécula tóxica, casi indestructible y carísima de eliminar se extiende por el planeta. La lluvia, las plantas, el agua, el vino, el pescado…, todo está contaminado y, aun así, en ningún lugar del mundo está regulada como un contaminante de prohibición prioritaria. Se llama TFA (ácido trifluoroacético) y es una de las llamadas ‘sustancias eternas’, creadas por la industria química, cuya presencia se ha detectado hasta en el Ártico más remoto. Muchos expertos, de hecho, creen que podría ser la contaminación más grave jamás conocida.
Justifican la alarma por la extensión global del TFA, por ser un ‘contaminante eterno’ (no desaparece solo), por su gran movilidad y porque, como se sigue produciendo a razón de miles de toneladas anuales, cada día que pasa está más y más presente en el medioambiente y en los seres vivos. Tal es la inquietud que, hasta Alemania, recurrente protector de su poderosa industria química –segunda del mundo tras la china–, ha propuesto clasificar el TFA (y otros químicos eternos) como sustancia persistente y tóxica para el sistema reproductivo, solicitando su restricción universal. «El TFA cumple todos los criterios para una amenaza límite planetaria», señala el noruego Hans Peter Arp, experto en química ambiental, contaminantes emergentes y procesos químicos en el medioambiente y uno de los mayores expertos mundiales en TFA.
Aunque toda esta preocupación es reciente (sus implicaciones solo empezaron a investigarse la década pasada), la centenaria Endocrine Society y la Organización Mundial de la Salud ya advierten de problemas congénitos, hormonales (el TFA es un disruptor endocrino), inmunológicos, hepáticos, renales, cáncer, colesterol, daños en la función reproductiva... El Consejo Nórdico de Ministros –órgano de cooperación entre Noruega, Dinamarca, Finlandia, Islandia y Suecia– ha evaluado incluso los costes sanitarios de esta exposición a químicos eternos para los países del Área Económica Europea: de 58.000 a 84.000 millones de euros anuales. Cifras que aumentarán a medida que se extienda la contaminación. Porque ya se sabe: la dosis hace el veneno.
 
                La industria lleva 80 años produciendo químicos eternos como el TFA. En la actualidad se estima que hay en el mercado entre 10.000 y 12.000 sustancias de este tipo, entre las cuales el TFA es, por mucho, la más extendida por el medioambiente. La clave de su peligro (y de su éxito comercial) es la combinación de carbono y flúor, el enlace C-F, el más fuerte de la química orgánica, del que deriva su durabilidad y resistencia extremas. Pues bien, alrededor del 10 por ciento de las sustancias con este enlace se degradan en TFA. De ahí su omnipresencia. «El único modo de limitar su extensión es restringir los químicos que lo producen», remarca Hans Peter Arp. Al fin y al cabo, como sugiere el principio de precaución, que una sustancia sintética se acumule en la naturaleza o en los seres vivos ya implica un gran peligro medioambiental.
En Europa llevamos años bebiendo agua contaminada sin que las autoridades hagan nada. Ni siquiera hay un límite establecido que nos diga a partir de qué cantidad el TFA es tóxico.
En España, laboratorios como Phytocontrol (foto) son capaces de detectar esta sustancia eterna. La reciente revelación de la presencia generalizada de TFA ha llevado a algunas empresas a desarrollar purificadores para eliminarlo en los... Leer más
Varias son las fuentes de contaminación sobre las que, según el investigador noruego, habría que actuar. La más contaminante deriva de unos gases llamados ‘hidrofluoroolefinas’ (HFO), con enlaces carbono-flúor que, al degradarse, emiten TFA. Utilizados en propelentes de aerosoles, agentes espumantes, disolventes, aires acondicionados..., su uso abarca el 70 por ciento del mercado mundial de sistemas de refrigeración y crece a un ritmo anual superior al 10 por ciento. En consecuencia, la concentración de TFA en la atmósfera no para de crecer, lo que favorece su extensión por el planeta con ayuda de la lluvia, el granizo, el viento, la nieve...
El TFA es parte, además, de muchos pesticidas, de ahí que se haya detectado su presencia en alimentos, zumos o bebidas alcohólicas. Aparece también por la degradación de otros químicos usados en algunos cosméticos, en ciertos utensilios con recubrimientos antiadherentes, en envases que repelen la grasa y el agua, en productos de limpieza, en antimanchas... Y, por último, tenemos el TFA producido directamente de forma industrial.
En definitiva, un panorama inquietante al que, de momento, nadie pone freno, si bien es cierto que las voces que alertan sobre el uso de químicos eternos han crecido en los últimos tiempos. Sobre todo, a raíz del informe TFA, el químico eterno en el agua que bebemos, publicado hace año y medio por PAN Europe, parte de la Red de Acción en Pesticidas, la mayor organización mundial (600 entidades de 90 países) contra el uso de estos compuestos. Para su elaboración se tomaron muestras de agua potable, del grifo y mineral, en 11 países de la UE y se encontró TFA en el 94 por ciento de las primeras y en el 63 por ciento de las segundas.
Apenas dos meses más tarde, la Comisión Europea admitió su «preocupación por la presencia amplia del TFA en aguas de la Unión». Ocurrió después de que la Asociación Europea del Agua, EurEau y Aqua Publica Europea, santa trinidad de las empresas y profesionales del agua potable en la UE, exigieran al ejecutivo comunitario que dejara de apostar por las «soluciones de final de tubería». Esto es: permitir contaminar para limpiar y depurar después.
Deshacerse de este compuesto es, en todo caso, una tarea titánica. Al margen de su ubicuidad, su detección solo es posible mediante técnicas analíticas avanzadas –cromatografías, espectroscopias de resonancia magnética nuclear, espectrometrías de masas directa, titulación ácido-base...– disponibles en laboratorios especializados. Separar el TFA del agua es el siguiente paso. Se hace con técnicas de filtrado –resinas de intercambio iónico, filtros de carbón activado, ósmosis inversa...– con porcentajes de efectividad por encima del 90 por ciento. El coste también es alto, pero depende, sobre todo, del volumen de líquido que se vaya a filtrar. De hecho, cada vez más empresas ofrecen purificadores domésticos para eliminar el TFA del agua del grifo (ver recuadro en página anterior).
Detectado y filtrado el TFA, el último paso es eliminarlo. Esto solo es posible, de nuevo, mediante técnicas especializadas –incineración en hornos de residuos peligrosos, oxidación en agua supercrítica, descarga por arco, oxidación electroquímica, hidrodefluoración catalítica...– capaces de contener la emisión de subproductos tóxicos.
Para hacerse una idea de la dimensión del problema, The Forever Pollution Project, una investigación transfronteriza iniciada por el diario galo Le Monde y publicada en 2022, estimó el coste de la eliminación de todos los químicos eternos en Europa en 2,2 billones en un plazo de 20 años (10.500 millones al año para España).
 
                Ahora bien, «de nada sirve limpiar el TFA si no se detiene su producción –señala el divulgador Carlos de Prada, director de Hogar sin Tóxicos y una de las primeras voces que, hace más de una década, advirtieron en España sobre el TFA–. La industria se empeña en decir que solo es tóxico en dosis muy altas, pero es una interpretación muy selectiva de sus propios datos de toxicidad». Confirma su afirmación el informe Dudas en la fabricación: cómo la industria minimiza la toxicidad del TFA, presentado por PAN Europe en septiembre tras acceder a los estudios toxicológicos –«secretos muchos de ellos», remarca De Prada– que gigantes como BASF, Bayer o Syngenta presentaron al regulador para sustentar la aprobación de sus productos.
Como muestra, un botón: el valor de seguridad para la concentración de TFA en agua potable propuesto por los fabricantes, revela el informe, es de 294 microgramos por litro (µg/L), más de 130 veces el de la norma nacional más protectora, la de Países Bajos, que lo establece en un 2,2 µg/L (en España no hay un valor máximo legal). «La industria química en Europa ha minimizado sistemáticamente la evidencia de sus efectos nocivos», sentencia el informe de PAN Europe.
De hecho, uno de los mayores obstáculos para la prohibición de los químicos eternos es la presión de un sector cuya facturación mundial alcanzó el año pasado los 5.873 billones de euros, con b, (85.483 millones la española). Datos del Corporate Europe Observatory, entidad que fiscaliza la influencia de los lobbies en las políticas comunitarias, muestran que los mayores productores de químicos eternos elevaron su gasto en este ámbito en un tercio el año pasado.
Un poderío que, con muchos menos medios, intenta contrarrestar la sociedad civil. El pasado abril, sin ir más lejos, más de 450 científicos, con el apoyo de organizaciones como WWF o la Oficina Europea de Medio Ambiente (EEB), la mayor red de entidades medioambientales de la UE, exigieron actualizar las normas europeas sobre contaminación del agua. Pues bien, el pasado 23 de septiembre, el TFA fue incluido en la lista de sustancias prioritarias que eliminar del agua potable. Un paso adelante al que deberían seguir más cambios en REACH, el reglamento europeo sobre sustancias químicas. De hecho, la agencia que las regula (ECHA) ya ha iniciado este año una evaluación amplia de sus peligros.
La patronal del sector en España, Feique, «en línea con el conjunto de la industria química europea», espera que una futura regulación de químicos eternos «proteja las capacidades tecnológicas estratégicas de Europa con el fin de garantizar usos industriales esenciales críticos y preservar la competitividad de la UE». Por eso pide dejar «un tiempo de transición suficiente –la escala temporal típica del proceso de I+D es de, al menos, una década– para buscar y probar en Europa alternativas que ofrezcan la misma combinación de propiedades».
El problema es que, dada la creciente extensión del TFA, el tiempo apremia. De algún modo, afirma Tatiana Santos, química ambiental y directora de Químicos en la EEB, todos estamos contaminados en mayor o menor grado. Incluidos, claro, los políticos. Esta organización analizó la sangre a 24 de ellos –la comisaria de Medio Ambiente, once ministros y otros altos cargos de la UE– para rastrear 13 químicos eternos. «En todos aparecieron al menos tres y un máximo de ocho; y la mitad superaba las concentraciones de riesgo», revela Santos. Ninguno presentaba, eso sí, problemas de salud, pero, a medida que el TFA se acumula y circula, el peligro de efectos desconocidos a largo plazo crece cada día.