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La desigualdad, a examen: economistas y sociólogos alertan del fin del ascenso social

Piketty, Sandel, Zucman...

La desigualdad, a examen: economistas y sociólogos alertan del fin del ascenso social

El economista Thomas Piketty alertó hace cuatro años sobre el aumento de la desigualdad con apabullantes datos. Ahora aborda la misma cuestión desde un punto de vista social y político en un libro conjunto con el filósofo Michael Sandel. Y un discípulo suyo, Gabriel Zucman, en busca de una distribución más equitativa, ha logrado que se apruebe en la asamblea francesa el polémico impuesto a la riqueza. La igualdad —o la falta de ella— ya es trending topic... Te lo contamos.

Viernes, 22 de Agosto 2025, 09:37h

Tiempo de lectura: 11 min

Cuántas generaciones hacen falta para que una familia pase de ser pobre a ser clase media? Michael J. Sandel, profesor de Ciencias Políticas de Harvard y Premio Princesa de Asturias, suele preguntar eso a sus interlocutores cuando, marcados por el credo del 'sueño americano', están convencidos de que alguien que ha nacido en una familia pobre tiene opciones reales de ser tan rico como Elon Musk, una idea que se ha extendido en los últimos años a golpe de youtuber e influencer enriquecido de la noche a la mañana y haciendo ostentación de ello.

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Profetas de la igualdad. El economista Thomas Piketty (a la izquierda), experto en desigualdad, publicó en 2013 El capital en el siglo XXI, del que se han vendido tres millones de ejemplares, algo inédito en un libro de economía. Ahora, ha publicado Igualdad, junto con el sociólogo americano Michael J. Sandel, llamado por algunos el 'filósofo de la igualdad'.

Pues bien, en Estados Unidos se necesitan cinco generaciones, de media, para poder saltar de clase social. Por supuesto, hay millonarios fruto de ese 'sueño americano', pero son equivalentes a los ganadores de la lotería. Según un estudio reciente de la OCDE sobre movilidad social, en la mayoría de los países occidentales se necesitan, al ritmo actual, cuatro o cinco generaciones para pasar de un entorno de bajos ingresos a ingresos medios; «y no le estoy hablando de llegar a la cima, solo a la renta media», insiste Sandel. Por cierto, en España se necesitan cuatro generaciones. En Dinamarca, en cambio, dos. Lo que lleva a Sander a analizar por qué. No es que la respuesta sea una sorpresa: cuanto mejor y mayor sea el acceso a la atención sanitaria y la educación, mejor funciona la escalera social. Por eso, la formación y la salud son lo primero que intentan dinamitar las autocracias.

En EE.UU. se necesitan, de media, cinco generaciones para saltar de clase social. En Dinamarca, dos. ¿La diferencia? El acceso a la atención sanitaria y la educación, explica Sandel

Pero de lo que alerta Sandel es de que esa movilidad social no solo es escasa, sino que se está reduciendo a un ritmo alarmante a medida que la desigualdad económica aumenta por la concentración de riqueza en unas pocas personas.

«Claro que las cifras sobre los niveles de desigualdad eran peores hace 200 años», concede el economista francés Thomas Piketty, interlocutor de Sandel en el libro Igualdad, publicado esta primavera, pero ambos explican que durante el siglo XX se había logrado, «con mucho esfuerzo», revertir ese proceso. «Nunca ha sido fácil. Siempre ha implicado una movilización social enorme. Y seguirá implicándola».

Por clases sociales

DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA GLOBAL

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Lo que muestra el gráfico

El gráfico representa la riqueza global según el patrimonio neto total de los adultos activos en todo el mundo. Datos del Global Wealth Report 2025 elaborado por UBS, entidad de servicios financieros suiza. Y del informe sobre centimillonarios de Henley & Partners.

El patrimonio es la suma del dinero, inversiones, propiedades y empresas que posee una persona, menos las deudas que tenga (hipotecas, créditos…). La riqueza se presenta dividida según el porcentaje al que tienen acceso cinco grupos:

 

⇒ POBRES:

Los que tienen un patrimonio menor de 10.000 dólares.

⇒ CLASE BAJA:

Los que tienen entre 10.000... Leer más

Piketty y Sandel advierten de cómo la desigualdad económica está condicionando la política al permitir que un grupo de milmillonarios controlen las campañas electorales, especialmente a través de las grandes empresas tecnológicas, de lo que hay documentados ejemplos desde el brexit en Gran Bretaña hasta el fenómeno Donald Trump. Y apuntan también a cómo esa desigualdad condiciona las relaciones sociales y afecta a la dignidad y el respeto de las personas. «Si gastándome el equivalente de una hora de mis ingresos puedo comprarme un año entero de tu trabajo –explica Piketty–, la distancia social que algo así implica pone sobre la mesa preocupaciones muy serias».

Los datos de acumulación de la riqueza son rotundos: 31 mil individuos tienen más patrimonio que 3 mil millones de pobres y clases bajas

No solo hay más distancia económica entre clases sociales, apunta Sandel, sino menos interrelación entre ellas, una división alentada por las redes sociales que facilitan –cuando no promueven– que las relaciones grupales se configuren cada vez más según los ingresos económicos. 

«En las últimas décadas –explica el filósofo– las personas acomodadas y las que viven con medios más humildes llevan vidas cada vez más separadas. Enviamos a nuestros hijos a centros educativos diferentes, trabajamos y compramos en sitios distintos... Cada vez hay menos instituciones en las que se mezclen personas de clases diferentes y menos ocasiones para el encuentro entre ricos y pobres en el transcurso normal de sus vidas». 

A ello se añade, dice Piketty, el progresivo esfuerzo por deteriorar la educación pública básica y segregar la superior. «El total de recursos públicos que se dedican a la educación pasaron de representar el 0,5 por ciento de la renta nacional en 1910 a estar entre el 5 o el 6 por ciento en 1990. Pero, desde entonces, tanto en Estados Unidos como en Europa se han quedado congelados en ese nivel. Es evidente que así vamos a tener un escenario en el que habrá centros de élite donde unos estudiantes cuenten con muchos recursos, pero donde la mayoría estudien en universidades públicas sin los recursos adecuados».

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El impuesto a la riqueza. El economista Gabriel Zucman, centrado en un replanteamiento de la política impositiva, se ha unido a Pikkety y Sandel como portavoz de la causa.

Cómo revertir el proceso

Para evitar que la desigualdad se dispare aún más y garantizar una distribución más equitativa, Piketty plantea una revisión de los impuestos que incluye crear un nuevo gravamen a la riqueza. Y es precisamente este impuesto a la riqueza (y no solo a la renta) el que está encontrando una caja de resonancia mayor de la esperada. En gran parte, gracias a un discípulo de Piketty, el economista francés Gabriel Zucman, que reparte su tiempo entre la Universidad de Berkeley y la Escuela de Economía de París. Zucman propone una nueva tributación para que los individuos más ricos del mundo, los milmillonarios, abonen en impuestos al menos un 2 por ciento de su riqueza. 

El nuevo lema es «tax wealth, not work»; es decir, gravad la riqueza acumulada y no el trabajo. El objetivo es que los milmillonarios —unas tres mil personas en todo el mundo— paguen el 2% en impuestos

Se refiere Zucman a las personas que tienen un patrimonio de más de mil millones de dólares y que, en todo el mundo, son solo 2891 individuos, según el último informe del banco suizo UBS. Son pocos, sí, pero poseen el 3,3 por ciento de toda la riqueza del planeta y no pagan impuestos por ello. Si esas cerca de tres mil personas pagaran cada año a los estados un 2 por ciento de su riqueza, se conseguirían entre 200.000 y 250.000 millones de dólares en ingresos adicionales. Si se extendiese el impuesto a los que tienen más de 100 millones en patrimonio (que son unas 30.000 personas) se añadirían otros 140.000 millones al año en recaudación.

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El creciente muro de la desigualdad. Esta imagen se hizo famosa, hace ahora veinte años, por representar la enorme desigualdad en Brasil. Junto a la favela de  Paraisópolis se levantaba una urbanización de lujo. Dos décadas después, la favela sigue igual, habitada por 100.000 personas en situación de precariedad; es el edificio contiguo de las piscinas el que se ha deteriorado y devaluado, en la misma medida que las clases medias que lo habitan.Tuca Viera

Hay que enfatizar que se trata de un impuesto a la riqueza, no a la renta. Es decir, no a los ingresos del trabajo, sino a la fortuna ya acumulada por esas personas. Y solo se aplicaría en el caso de que los impuestos que pagan por su renta no alcanzasen ese 2 por ciento de su riqueza. Que es, de hecho, lo que ocurre ahora: su aportación está en un 0,3 por ciento de su riqueza total. (Como referencia, en España el impuesto de la renta promedio, lo que pagamos de media los trabajadores en relación a los ingresos, es de un 21,8%).

Zucman explica que el impuesto al patrimonio y el de sucesiones han fracasado hasta ahora porque a los multimillonarios les resultaba fácil eludir el pago. Pero en su libro El triunfo de la injusticia aclara que hoy hay instrumentos suficientes para localizar y tasar su riqueza gracias a las nuevas tecnologías y el intercambio automático de información bancaria. Y la riqueza, explica, es más fácil de localizar que los ingresos: la mayor parte de ella son acciones de empresas que cotizan en Bolsa. «La evasión, la elusión, la competencia fiscal no son leyes de la naturaleza. Son decisiones políticas y se pueden tomar otras», insiste Zucman.

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El 'influencer' de la igualdad. En la labor divulgativa de los problemas derivados de la desigualdad se ha impuesto el británico Gary Stevenson. De origen humilde pero formado, gracias a su enorme talento matemático, en la London School of Economics, hizo fortuna como especulador y ahora explica en las redes cómo funciona el sistema financiero.

La fortuna de los megarricos se ha triplicado en los 25 últimos años. Si en 1985 suponía el 3 por ciento del PIB global, ahora es el 14. Pero su contribución a la hacienda pública no ha crecido al mismo ritmo. Al contrario, pagan cada vez menos impuestos. En Estados Unidos, en 2018 por primera vez los más ricos pagaron menos impuestos que los pobres, según los documentos aportados por Zucman.

Sorprendentemente, Zucman logró que su propuesta de tasar la riqueza con un 2 por ciento fuese aprobada en febrero por la Asamblea Francesa, lo que le ha dado una dimensión política inusitada. La propuesta no ha pasado el voto del Senado, pero ha internacionalizado el debate.

La vivienda como ejemplo

En Inglaterra, el debate lo lidera no un economista académico sino un trader, un inversor de la City londinense que se hizo millonario antes de cumplir los 25 y ahora está decidido a explicar por qué el sistema está amañado. Gary Stevenson, con el lema «Tax wealth, not work» ('Poned impuestos a la riqueza, al patrimonio acumulado, y no al trabajo', ni siquiera al de los que ganan mucho dinero como él, aclara), tiene hoy millones de seguidores en redes y su libro El juego del dinero es un best seller.

Los ultrarricos, alerta, están acumulando una fortuna desmesurada, inmensa, desde la crisis de 2008 y, especialmente, desde la pandemia, y son esos ultrarricos los que están comprando todos los activos de la Tierra, empezando por todo el negocio inmobiliario que pueden, beneficiados por unas medidas que debían ayudar a los pobres, pero que acabaron ayudando más a los milmillonarios, como las grandes cantidades de dinero público que, durante esas crisis, se pusieron en circulación y los tipos de interés bajos que les permitien obtener créditos muy baratos.

De ahí, explica Stevenson, que el acceso a la vivienda sea un problema que afecta a todos los países del mundo, lo que deja claro que no depende de cómo lo gestiona un determinado gobierno o de los planes de urbanismo de una ciudad. Y esa compra de activos por parte de los milmillonarios es un círculo vicioso de riqueza acumulada porque, además, los trabajadores o las clases medias que quieren acceder a esos bienes –léase de nuevo la vivienda– tienen que pagarles a ellos. Es decir, las hipotecas y los alquileres van a parar a los ultrarricos, que cada vez poseen un mayor porcentaje de esa vivienda. «El flujo del dinero circula cada vez más de las clases trabajadoras y medias a los ultrarricos», dice Stevenson. Cuanto más tienes, más ganas. Y, además, menos impuestos pagas.

¿Son los ultrarricos intocables?

El problema es que casi nadie confía en que se pueda lograr que los ultrarricos paguen impuestos. «A veces –replica Piketty– la gente olvida que el Estado social se extendió de 1930 a 1980 en muchos países, Suecia, Alemania, Francia, pero también en Estados Unidos, cuando el tipo máximo del impuesto sobre la renta fue, de media, del 82 por ciento. No parece que el hecho de que los más ricos pagasen esos impuestos destruyera el capitalismo. Si acaso, esa época coincidió, en Estados Unidos, con el momento en que la productividad de la economía, en términos de renta nacional por horas de trabajo, era la más alta del mundo».

Hoy, dice Piketty, puede parecer imposible subir los impuestos a los ultrarricos, pero «la socialdemocracia –recuerda– fue, en otro tiempo, un proyecto radical. Hasta la Primera Guerra Mundial, Suecia era un país donde solo el 20 por ciento de la población masculina podía votar, y los miembros de ese 20 por ciento privilegiado tenían asignadas diferentes cantidades de voto (entre uno y cien por persona) en función de su riqueza. Cuando los socialdemócratas suecos accedieron por vez primera al poder en la década de 1930, entre sus ministros había personas sin apenas estudios y lograron instalar un sistema impositivo progresivo que hizo posible el estado de bienestar. Cuando en 1945 se instituyó en Francia el sistema de seguridad social universal, también era un proyecto radical y terminó volviéndose convencional... porque tuvo éxito. Las cosas siempre pueden cambiar».