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Crucero infierno: once muertos, un yate de lujo y un día a la deriva

Los supervivientes españoles reconstruyen el naufragio

Crucero infierno: once muertos, un yate de lujo y un día a la deriva

Las secuelas. Cristian Cercós es buzo profesional. Tras el naufragio ha abortado varias inmersiones. «El cerebro me estaba jugando malas pasadas».

Hace un año, cinco españoles estuvieron a punto de morir en el mar Rojo. Formaban parte de un crucero de buceo que acabó en un naufragio con once muertos. Y no es un caso aislado. Más de quince barcos de este tipo se han hundido en Egipto en los últimos tres años ante el silencio y la ocultación de las autoridades. Hablamos con los supervivientes.

Viernes, 24 de Octubre 2025, 11:27h

Tiempo de lectura: 7 min

El barco se movía como un péndulo fuera de control. En la cubierta superior ataron mesas y sillas para que no salieran volando. La tripulación decía que en el mar Rojo era normal, pero yo sentía que ese movimiento era demasiado».

A sus 26 años, y con dos de experiencia en buceo, era la primera vez que Irene se embarcaba en una ruta de varios días de navegación. Viajaba con su pareja en el Sea Story, un yate turístico de lujo de cuatro cubiertas (cuatro plantas) y 44 metros de eslora. Habían salido de Ghalib, ciudad turística y puerto deportivo en la costa sur de Egipto, con treinta pasajeros a bordo –en su mayoría, buzos experimentados– y quince tripulantes. Unas vacaciones que prometían descanso y tres inmersiones diarias entre tortugas y arrecifes de coral. Pero el sueño cumplido pronto se tornó pesadilla.

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Un yate de lujo. El Sea Story, un navío turístico de lujo de cuatro cubiertas (cuatro plantas) y 44 metros de eslora partió de Ghalib, ciudad turística y puerto deportivo en la costa sur de Egipto, con treinta pasajeros a bordo y en el que once de ellos perdieron la vida.

«Abajo, en el camarote, el ruido del casco era ensordecedor: la madera crujía y el barco se balanceaba sin control. No podía dormir. Salí del camarote con la intención de subir a cubierta, pero un tripulante me detuvo: 'No subas, mejor quédate'. Quizá eso me salvó la vida», prosigue Irene. Once personas no tuvieron la misma suerte. Los servicios meteorológicos habían advertido sobre un temporal con olas de hasta cuatro metros de altura, por lo que recomendaron evitar actividades marítimas, pero el Sea Story continuó viaje.

A bordo había buceadores alemanes, polacos, ingleses… y cinco españoles. En el camarote 7, contiguo al de Irene y su pareja, dormían Cristian e Hissora, dos amigos que realizaban su segunda incursión en el mar Rojo. Cristian es buzo profesional con más de 25 años de experiencia. Aquel 24 de noviembre todos se habían acostado temprano porque había inmersión a las cinco de la mañana. Pero Cristian no lograba pegar ojo. El barco se movía demasiado. «Esto no me gusta», repetía.

El agua reventó los ojos de buey

«A las tres de la madrugada el barco se volvió a escorar, esta vez con más fuerza. Recuperó una vez, dos, y al tercer golpe volcó. Se oyó un estruendo y, a continuación, oscuridad y silencio: la luz y los motores se apagaron. El agua reventó los ojos de buey. En segundos, el camarote estaba inundado», recuerda Cristian, sentado en la playa de la Malvarrosa (Valencia). La puerta del camarote quedó en el techo. A unos tres metros de altura. «Escalé como pude y la abrí», relata.

El turismo vacacional sostiene el 15 por ciento de la economía egipcia; cientos de empresas y astilleros dependen de este negocio. Un pastel que las autoridades protegen, denuncian los supervivientes

Su amiga Hissora gritaba desde abajo: «¡Sácame de aquí!». «Tengo un hijo de 9 años y solo pensaba que, si no salía con vida de allí, él se quedaría solo», explica Hissora desde Barcelona. Con ayuda de Cristian llegó al pasillo. Todo se había volcado: comida, enseres, muebles. Avanzar no era fácil. Con el barco tumbado y a oscuras, las puertas de los camarotes eran abismos peligrosos. En el pasillo coincidieron unas diez personas. Lograron alcanzar una salida. Allí, otro golpe de realidad.

«Uno de los momentos más duros fue cuando salimos por un agujero, ni siquiera sé qué parte del barco era, y de pronto vi el mar. Todavía no estaba salvada, venía la siguiente prueba: tirarme al agua en plena noche», cuenta Hissora. Cristian saltó primero. Pero desde el agua le gritó a su amiga que no saltara: estaban a unos tres metros de altura y en el agua flotaba un amasijo de hierros. Era peligroso. Hasta que alguien empujó a Hissora. Ella no lo sabía, pero a su espalda el agua seguía subiendo y amenazaba con ahogar a aquellos que luchaban por salir. Después supo que había sido Natalia, instructora de buceo española a bordo del barco, quien la empujó. Las dos jóvenes hoy son amigas.

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Rescate y chantaje. Tras interminables horas a la deriva llegó el rescate, pero... «Nos dijeron que, de no firmar un papel para eximir a la empresa de toda responsabilidad, no nos llevaban a la Embajada».

Natalia tiene 35 años y llevaba tres semanas trabajando con la compañía. Alternaba su labor entre el Talis, otro barco de la compañía, y el Sea Story. La noche del naufragio dormía en la cabina 8, cerca de proa. Natalia conocía bien a la tripulación egipcia del barco (había compartido casi todo el mes con ellos) y sabía que en marzo otra embarcación de esa empresa había sufrido un incendio.

Irene y su pareja se reencontraron en el agua guiados por una mínima luz. Pertrechados con chalecos, nadaban con un móvil en alto. «Mi chico lo cogió antes de salir, para tener luz». Al ver el destello, Hissora –solo una camisa amarilla, sin salvavidas– se dirigió a ellos y le tendió el brazo a Irene: «No me sueltes», le pidió.

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Mirar a la muerte de cerca nunca se olvida. Hissora Linse -de 46 años- es una buceadora experimentada y esta experiencia a bordo del Sea Story era su segunda inmersión en el mar Rojo. «Pensé en mi hijo, de 9 años. Si no sobrevivía se quedaría solo», señala.

Una zódiac con parte de la tripulación apareció entre la oscuridad y subió a los náufragos a bordo. De pronto, a pocos metros, una balsa salvavidas, atada al casco del Sea Story, se abrió de golpe por la presión del hundimiento. La tripulación trasladó a esa endeble embarcación a los supervivientes antes de salir a buscar a más náufragos en la oscuridad. Entre otros, a Cristian, a quien el resto de los españoles había perdido la pista al saltar al agua. Poco después subió a la lancha. Con él iban una madre y su hijo británicos. Cristian los había ayudado a salir del barco antes de que se hundiera. «Todavía oigo la voz de la mujer diciéndome que rescatara a su marido. Pero no pude hacer nada».

Pegados unos a otros para darse calor

En la balsa, con la 'mochila' de su larga experiencia como buzo marino, Cristian pronto se dio cuenta de que tocaba mantener la calma. «Van a venir a por nosotros –repetía a los quince supervivientes de la balsa–. Nos están buscando». Entretanto, sin comida y sin apenas mantas térmicas, el grupo pasó la noche pegados unos a otros para mantener el calor. Entre ellos estaba un egipcio miembro de la tripulación que tenía un móvil que funcionaba. «¡Llama a Emergencias!», le gritaron. El hombre cogió el teléfono, sí, pero para hablar con el jefe de la compañía Dive Pro Liveaboard, responsable de la excursión. Nadie entendió lo que decían.

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Un tatuaje para no olvidar. Cristian se tatuó el naufragio en el antebrazo: «Para recordar que salí vivo», explica.

Amaneció el día con la balsa como una piscina. «Otra noche aquí no la aguanto», pensó Hissora. Los encontraron a media mañana. Otros supervivientes tuvieron peor suerte: los que quedaron en el interior del barco resistieron aprovechando una bolsa de aire formada en la sala de máquinas. Casi sin oxígeno tuvieron que soportar mucho más tiempo, 35 horas en total, antes de ser rescatados.

La pesadilla para los supervivientes terminó con el rescate, pero empezó otra en tierra. No habían pasado 24 horas desde su llegada a puerto cuando sentaron a los turistas a declarar. Papeles en árabe y una advertencia: «Solo te llevamos a tu Embajada si firmas esto». Hissora lo recuerda así: «Nos decían que teníamos que dejar claro que la empresa no era responsable». Cuando pidió el informe oficial, el funcionario se rio: «¿Para qué quieres eso? Ya sabes lo que pasó: una ola de tres metros». Es la versión oficial, pero ni los supervivientes ni los partes meteorológicos sostienen esta versión.

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Un viaje inolvidable. Cristian e Hissora a bordo del barco siniestrado.

El hombre que hacía de traductor, denuncian, era el hermano del dueño de la operadora. Irene comprobó con Google Translate que lo que recogía en su informe no era lo declarado. «La Policía, entre risas, rellenaba papeles». Y los amenazaban: «Si no firmas ahora, no vuelves a casa». No hubo traductor independiente ni copia del expediente ni explicación lógica de lo ocurrido.

El silencio cómplice de las autoridades egipcias

Lejos de ser un hecho aislado, desde 2022 se ha producido una serie inédita de accidentes con barcos de safari de buceo en el mar Rojo. De las treinta embarcaciones de este tipo que han naufragado en el mundo, más de la mitad lo han hecho en Egipto. Muchos de esos operadores estaban o han estado listados en Liveaboard.com, la agencia con la que viajaron varios supervivientes del Sea Story. ¿Por qué no se investiga? El turismo vacacional sostiene el 15 por ciento de la economía egipcia; cientos de empresas y astilleros dependen de este negocio. Un pastel que las autoridades protegen, denuncian los supervivientes. «Si hubiese habido algún español entre los muertos, el Gobierno haría más presión», denuncia Irene.

Quién tomó la decisión de partir, pese a las advertencias? ¿Cumplía el barco con las medidas de seguridad imperativas? ¿Se están investigando los hechos? Algunas investigaciones independientes cuestionan que el capitán tuviese una licencia válida y que la empresa tuviese el permiso para gestionar viajes internacionales, además de sostener que el barco presentaba deficiencias de seguridad.

Entre los once fallecidos había tres alemanes, dos británicos, dos polacos, un eslovaco y tres egipcios miembros de la tripulación. De momento, la Fiscalía alemana ha abierto una causa por homicidio negligente. En Egipto, la investigación oficial sigue abierta, aunque medios internacionales y familiares de las víctimas han denunciado falta de transparencia por parte de las autoridades locales. ¿Pagará alguien por lo ocurrido? Algunos supervivientes, como Irene, no son optimistas. Se cumple ahora un año del accidente y no parece que haya avances. Hissora está promoviendo un encuentro entre ellos y las familias de las víctimas para principios de diciembre. Quieren evitar que caiga en el olvido.