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Animales de compañía

Las opiniones de los hombres

Juan Manuel de Prada

Viernes, 04 de Julio 2025, 09:52h

Tiempo de lectura: 3 min

Son muchas las personas que me escriben o me preguntan la razón por la que he dejado de intervenir en 'tertulias' radiofónicas o televisivas. Sin duda, se trata de personas cándidas que viven en Babia.

Me preguntan por qué he dejado de intervenir en 'tertulias'. Se trata de personas cándidas...

En un pasaje especialmente abyecto de su Contrato social, Rousseau se refiere sin empacho a la necesidad de conformar la 'opinión pública' de forma inducida: «La voluntad es siempre recta, pero el juicio que la guía no siempre es esclarecido. Hay que hacerle ver los objetos tal cual son. Todos tienen igualmente necesidad de guías. Hay que obligar a unos a conformar sus voluntades a su razón; hay que enseñar a otros a reconocer lo que quieren». Y, un poco más adelante, Rousseau apuntala esta visión ignominiosa del ser humano con un apotegma maligno: «Corregid las opiniones de los hombres y sus costumbres se depurarán por sí mismas».

Para coronar un ejercicio de ingeniería social que cambie las costumbres de los hombres, convirtiéndolos en un rebaño fácilmente manipulable, hay primero que corregir sus 'opiniones'. ¿Y cómo se 'corrigen' las opiniones de los hombres? En los regímenes totalitarios antañones, la fórmula era muy sencilla: se recurría a la técnica del martillo pilón, que golpeaba machaconamente las meninges de la pobre gente sometida, hasta molturar sus almas: los comisarios políticos repetían como papagayos la doctrina de obligado cumplimiento; la propaganda oficial ubicua se preocupaba de recordarla a cada instante; y las cachiporras se encargaban de aleccionar a los disidentes. Pero este método, propio de regímenes totalitarios, no resulta presentable en los regímenes democráticos, que proclaman una fingida 'libertad de opinión'; y tampoco resulta eficaz y operativa, pues la doctrina que se impone con violencia o siquiera obligatoriamente acaba siendo detectada incluso por las personas más lerdas, que procuran zafarse de su influjo (porque a nadie le gusta que le den la tabarra y le digan lo que tiene que pensar). Así que los regímenes democráticos han probado otros sistemas más sofisticados para corregir las opiniones de los hombres.

Para ello, hay que crear lo que Marcuse denominaba una «dimensión única de pensamiento», infundiendo en los hombres la creencia ilusoria de que piensan por sí solos, cuando en realidad están siendo dirigidos por otros. Tal ilusión se genera consiguiendo que los individuos «internalicen» o hagan suyos una serie de paradigmas culturales que el sistema les impone, para convertirlos en seres pasivos, conformistas y gregarios, sometidos a consignas que confunden con expresiones emanadas de su voluntad (esa voluntad que el bellaco de Rousseau consideraba siempre «recta», aunque necesitase «guías» que encarrilasen su «juicio»). Para lograr esta «dimensión única de pensamiento» manteniendo el espejismo de que existe una sacrosanta pluralidad, los regímenes democráticos limitan las ideas que pueden ser sometidas a discusión o controversia, mediante la imposición de unas premisas fundamentales que permanecen tácitas o inexpresadas. Se otorga la voz a personas que comparten unas mismas premisas que sin embargo nunca se enuncian; y se las pone a 'debatir' fingidamente en representación de los negociados ideológicos en liza, siempre sobre cuestiones menores (aunque presentadas con mucha grandilocuencia tremebunda, para que parezca que son cuestiones primordiales), con un ardor tan enconado y una apariencia de disentimiento tan aspaventera y chirriante que la gente ingenua piensa que defienden posiciones contrarias (cuando en realidad están de acuerdo en lo fundamental). Como ha señalado Noam Chomsky, «la forma inteligente de mantener a las personas pasivas y obedientes es limitar estrictamente el espectro de la opinión aceptable, pero permitir un airado debate dentro de este espectro (incluso fomentando puntos de vista críticos y disidentes). Esto les brinda a las personas la sensación de que hay un libre pensamiento aconteciendo, pese a que todo el tiempo los presupuestos del sistema están siendo reforzados por los límites impuestos en el espectro del debate».

Cualquier opinión que contradiga las premisas fundamentales sobre las que se sostiene el sistema, cualquier pensamiento que se salte los límites impuestos al debate, acaba siendo silenciado. Durante algún tiempo, en mi participación en estos cochambrosos lodazales mediáticos donde se representa una apariencia de debate, logré camuflar mis opiniones disolventes de las ideologías en liza mediante el uso de la prudencia y hasta de la disciplina del arcano. Pero tarde o temprano te calan, descubren que eres un elemento peligroso y te expulsan. That’s all, folks.


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